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WILSON PICO O LA FECUNDIDAD

He tenido el raro privilegio de estar cerca del proceso creativo de Wilson Pico desde 1974.  En ese entonces, él preparaba su primer recital como solista: "Mujer", "La beata", "Tiempos de guambra" y "Violencia" lo integraban.

Había yo también tenido la suerte de vivir desde niña el entorno teatral, ya que mi padre era director de teatro, actor y escenógrafo.  Con él pude ver desde temprana edad todo lo que era posible conocer de arte escénico en el Quito de entonces, en teatros y en salas de cine, en Coliseos y salas improvisadas y en libros. Mi casa era un gran taller donde se pintaba, se realizaban máscaras, enormes escenografías, se cosían vestuarios, se realizaban lecturas de textos.  Era un arte de sacar mucho de la nada.

Cuando vi por primera vez un ensayo de Wilson, supe de inmediato que me encontraba ante un arte totalmente original y único, de un intérprete con  una energía y una mística rara vez vistas: un diamante puro.

Susana Mariño, en su libro sobre la danza en el Ecuador, afirma que Wilson tuvo que hacerlo todo e inventarlo todo; de ahí que  en su investigación lo señala como el gran pionero de la danza ecuatoriana. Él ha ido abriendo caminos anchos para sus compañeros y para las nuevas generaciones.  Sus grandes propuestas escénicas han fecundado no sólo la danza sino el teatro, no sólo en el Ecuador sino en otros países, como lo reseñan crónicas, autores y críticos. Agustín Armas, ahora ausente, afirmó en una crónica que Wilson es el artista fundacional de la danza contemporánea ecuatoriana. También se ha comentado ampliamente sobre su labor de maestro de generaciones de bailarines y la creación de espacios y métodos para la formación de nuevos coreógrafos. Su influencia en el teatro es innegable, resalta la crítica, mediante puestas en escena y mediante talleres de adiestramiento actoral impartidos en las tres Américas y en Europa.

 La danza política y la danza de contenido social, que abarcan una gran parte de su corpus coreográfico subsisten en el tiempo (a pesar de lo efímero de la danza) por cuanto en sus obras primó el refinamiento artístico, sin dejarse tentar nunca por el panfleto. Sus obras están marcadas por la humanidad.

Desde sus primeras coreografías, estrenadas antes de cumplir veinte años, en 1970, hasta la fecha, Wilson se ha dedicado por entero a su arte, creando en este periplo escénico, y en forma continua, más de ciento ochenta obras para solos y grupos, para teatro y para danza, en el Ecuador y en residencias en Colombia, Costa Rica, México, Puerto Rico, y los Estados Unidos. Dentro de este notable corpus coreográfico, Pico ha aportado con propuestas que han alimentado al arte escénico latinoamericano, tales como la incorporación de una temática de lo nacional-popular, de lo marginal, de lo cotidiano, de lo mágico ancestral, de lo urbano, del shamanismo, y propuestas estéticas formales, como la danza minimalista, los montajes en espacios alternativos y, sobre todo, la danza-teatro.

            Luego del estreno del citado recital, el poeta Julio Pazos Barrera escribe el 13 de abril de 1975 en el diario El Tiempo: "Memorable encuentro con el arte nos ofreció Wilson Pico. Bajo la denominación de danza moderna, el estremecimiento de la creación magnetizó a los espectadores.  Gran artista, Pico ha sabido cultivar su talento y su cuerpo... ha perfeccionado su arte con la vocación del antiguo asceta. Su trabajo nos dice que el arte de la representación tiene en nuestro país un preclaro ejecutante.  Su arte ha crecido y vigorizado en soledad y silencio.  Nuestro auténtico arte ha brotado en estrechez y abandono. Wilson Pico nos ha demostrado que el artista, para decir su palabra no necesita de superficial ostentación".

Han pasado décadas y muchas cosas de nuestro entorno siguen inalterables, otras han empeorado y unas pocas, entre ellas la danza y el teatro, han crecido y se han enriquecido, con el aporte de mucha gente.

Y, lo más sorprendente para mí, el arte de Wilson conserva la entrega, la mística y la energía de hace más de cuarenta años. Como el vino, el arte de Wilson se depura con el paso del tiempo. Sin concesiones, como en el principio, sin facilismos, sin truculencias.  Nada más opuesto a Broadway, la escena de Wilson contiene lo absolutamente indispensable. Nada de efectos especiales que usualmente intentan ocultar la carencia de talento. Nada de pretensiones que agrandan currículos. Nada de "espectacularidad".  Sólo el cuerpo, la energía, el movimiento, la pasión, la maestría. Nada de promociones sensacionales ni de autoproclamas de primer bailarín o cosa parecida. El ser humano que es Wilson continúa humilde y sereno, generoso y lúcido.

Sus nuevas obras como solista lo muestran sutil, íntimo, fuerte y delicado al mismo tiempo: un verdadero sensei de la vida y el arte.

Podría citar innumerables comentarios de la prensa y de los artistas de aquí y de allá, desde Canadá hasta la Patagonia Argentina, desde Madrid hasta Tokio, sobre su trabajo unipersonal, presentado en más de treinta países. Creo que no es necesario.  Basta la experiencia de presenciarlo y dejarse habitar por ese universo particular.

 Continúa siendo válido lo escrito por el mismo poeta Julio Pazos, en 1981: "Wilson Pico ha ido elaborando minuciosamente un lenguaje de gestos con el que hace escrituras formidables de temas ecuatorianos. Se trata de hacer una danza ecuatoriana para el mundo."

 

Natasha Salguero

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